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Abre señor tu mano y sácianos de favores



Queridos hermanos de Santa Bárbara,


La comida es en todas las culturas un símbolo de salud, fraternidad y encuentro social. A través del banquete se comunica la alegría de un nacimiento, el gozo de un matrimonio, se refuerza la amistad, se establecen contactos laborables y se celebran rituales oficiales.

La liturgia de la Palabra de este domingo es muy expresiva y sugerente en este sentido: En la primera lectura, nuestro Dios, a través del profeta Isaías, subraya insistentemente la gratuidad de la comida y de la bebida: “Oíd sedientos todos; acudid por agua también los que no tenéis dinero; venid, comprad trigo; comed sin pagar, vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?”. El agua hace referencia a la vida, a la libertad, al Espíritu, al templo de Jerusalén, fuente de agua viva. El vino y la leche son dos signos de la fertilidad, de la tierra de la promesa y de la bendición del Señor. El trigo y el pan es el alimento básico e indispensable para poder subsistir, mientras que los manjares suculentos evocan el banquete mesiánico.

¡El Señor es espléndido! Es por eso que en el Salmo proclamamos con alegría: “Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores”. En la narración de la multiplicación de los panes y los peces, San Mateo nos describe con lujo de detalles la magnitud de la generosidad de Jesús, quien nos ha manifestado Su amor a manos llenas, y lo sigue haciendo cada día. En el campo despoblado que sirvió de escenario de este gran banquete, Jesús se sirve de tan solo cinco panes y dos peces, algo tan insignificante para alrededor de 5000 hombres, sin contar mujeres y niños. ¡Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos!

Este hecho, “...partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente…”, es un anticipo de la cena eucarística, y los gestos de Jesús en la multiplicación son una secuencia de los propios de la cena pascual: “levantar los ojos al cielo, pronunciar la bendición, partir y repartir el pan”. Esto lo vivimos cada día en la Eucaristía, donde Jesús nos sigue alimentando abundantemente.

Por último, el servicio sacramental de la Iglesia estaría incompleto si no va acompañado del servicio de la caridad. Si al recibir el pan en la Eucaristía no nos comprometemos a repartirlo fuera de ella a través del cuidado amoroso a nuestros hermanos, nuestro sacrificio queda incompleto. Seamos generosos con nuestro prójimo, llevándoles no solo el alimento que necesitan, sino nuestro tiempo, amor y cuidado.

Con mi bendición paternal,

Padre Alvaro Huertas

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