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El signo de amor Dios: Entregar a su propio hijo.


Queridos hermanos de Santa Bárbara,

En la primera lectura de hoy se nos cuenta que el pueblo elegido es castigado por Dios debido a su rebeldía: el templo es destruido y el pueblo ya no tiene una tierra. Pareciera que Dios se ha olvidado de él. Pero se da cuenta que, a través de los castigos, Dios tiene un plan de misericordia.


A través del sufrimiento, el pueblo volverá su corazón a Dios para conocerlo más a fondo. Es entonces cuando la ira y la misericordia del Señor se confrontan, pero al final triunfa el amor, porque Dios es amor.


La cruz debe estar en el centro de nuestra devoción; en ella contemplamos la grandeza del amor de Dios hacia nosotros. La cruz se nos ha dado para comprender que todos hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único.

A lo largo de los siglos podemos ver cómo Dios nos ama, incluso a través de los castigos que recibimos para nuestra corrección, pero que solo buscan al final llegar a envolvernos con su misericordia y su perdón. De eso mismo nos habla San Pablo en la segunda lectura, cuando nos recuerda que "Dios, es rico en misericordia por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo". Y además afirma: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".


El amor que nos tiene nuestro Padre del cielo no tuvo medida: llegó hasta el punto extremo de permitir el sacrificio de su Hijo en la cruz. Siempre, pero especialmente en este tiempo cuaresmal, la cruz debe estar en el centro de nuestra devoción; en ella contemplamos la grandeza del amor de Dios hacia nosotros. La cruz se nos ha dado para comprender que todos hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. ¡Cuántos ahora que buscan a Dios, esperan un "signo" que toque su mente y su corazón!


Hoy, así como entonces, el evangelista nos recuerda que el único "signo" es Jesús elevado en la cruz. ¡El murió en la cruz, pero resucitó! ¡Este es el signo absolutamente suficiente! Este es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino un encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. Es por esto que este cuarto domingo de Cuaresma está impregnado de una alegría que de alguna manera “rompe” el clima penitencial de este tiempo santo: "Alégrate Jerusalén gozad y alegraos vosotros, que por ella estabais tristes".


Igualmente, al salmo respondemos: "El recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría". Porque, a pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. “Dios nos ama de un modo que podríamos llamar "obstinado", y nos envuelve con su inagotable ternura”, como dijo alguna vez Benedicto XVI.


Padre Alvaro Huertas

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