
Queridos hermanos de Santa Bárbara,
En la curación del leproso debemos tener en cuenta dos aspectos importantes: El enfermo suplica a Jesús «de rodillas» humilde y confiadamente y Jesús responde inmediatamente con compasión y cercanía, tocándolo y sanándolo.
Cada vez que recibimos con fe un Sacramento, el Señor Jesús nos «toca» y nos dona su gracia. En este caso pensemos especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado.
La compasión lleva a Jesús a reintegrar al marginado. Moisés había establecido que los leprosos fueran alejados y marginados por la comunidad, mientras durara su mal. Es verdad, la finalidad de esa norma era la de salvar a los sanos. ¡Pero cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso! No sólo era víctima de esa dolorosa enfermedad, sino que también era castigado por la sociedad, bandonado por los propios familiares y evitado por las otras personas.
Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso y reintegrarlo en la comunidad. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación. Para Jesús lo que cuenta es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos a la familia de Dios. El no quiere perder a los salvados y desea salvar a los perdidos.
Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y los prejuicios. Porque la lógica de Dios es la lógica del amor, que con su misericordia abraza y acoge al pecador. El quiere «que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad».
El camino de la Iglesia es siempre el camino de Jesús: el de la misericordia y de la integración. Esto quiere decir: acoger al hijo pródigo arrepentido y sanarle las heridas del pecado sin condenarlo para siempre. Las personas que piden humilde y confiadamente la misericordia de Dios con un corazón dispuesto a la conversión de su vida recibirán de Jesús un torrente de amor y de misericordia. Porque el Maestro dice: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, para que nos conceda ser instrumentos de su amor misericordioso y que sepamos acoger con ternura a los marginados.
Padre Alvaro Huertas