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La resurrección de Lázaro


Muy queridos hermanos, seguimos reflexionando en el camino de la cuaresma y de nuestra renovación espiritual que este Tiempo de Gracia nos trae.


En este quinto domingo, el tercero dedicado a los signos bautismales, nos encontramos con un relato excepcional: La resurrección de Lázaro, el “amigo” como lo nombran sus propias hermanas al mandarle a Jesús noticia de su enfermedad; noticia en la que percibimos la súplica de su presencia.


De nuevo el Evangelista nos muestra la humanidad de Jesús ocultando por un tiempo su divinidad; sin que esta última quede del todo ausente, al menos si nos fijamos en la decisión de aplazar su respuesta y las razones que el mismo Jesús nos ofrece en el texto que proclamamos hoy.


El evangelio de la resurrección de Lázaro se constituye en un anuncio de la de Jesús y, también, de nuestra propia resurrección: “si con El morimos, viviremos con él; si con el sufrimos, reinaremos con El. Aquel que otorgó a su Hijo el poder de llamar a Lázaro de entre los muertos (Juan 11, 1-45), hizo que su Espíritu de vida habitara en nosotros (Romanos 8, 8-11). El llevó a cumplimiento, el día de Pentecostés, la promesa que había hecho a Israel por medio del profeta Ezequiel (Ezequiel 37, 12-14), pero dándole una dimensión insospechada en los tiempos antiguos: ‘no sólo ofrece la salvación a un pueblo, sino a todo hombre que dé acogida al Espíritu del Señor.


Los evangelios de los domingos anteriores, tienen una perspectiva histórica y relacional con que el Evangelista nos entrega su experiencia de primera mano y su proyección teológica de “la persona y misterio” que es Jesús de Nazaret: “la Palabra hecha carne”, “el agua viva”, “la luz que ha venido a este mundo”, “el Cristo Salvador del mundo”.


Siguiendo la línea de estos evangelios que constituyen elevadísimas catequesis sobre el misterio bautismal (catequesis mistagógicas, si nos referimos a la expresión griega en que fueron formuladas), el fin de cada uno es Cristo mismo que se presenta sucesivamente como “el agua viva”, “la luz del mundo” y, para completar su auto revelación, revelación de su divinidad, “la resurrección y la vida”. En todas las ocasiones le oímos a Jesús decirnos “Yo Soy”, que en hebreo tiene el mismo sonido que el nombre de Dios: “Yahvé”. ¿Podríamos comprenderlo con palabras más claras para nosotros?, ¿Podríamos resistir el impacto de su fuerza y luz? Todo lo que viene de Dios lo recibimos velado por dos razones: Porque el exceso de su Luz nos cegaría, y porque moriríamos de susto o de amor. Continuamos unidos en la oración y en la Caridad, que es el Amor de Dios en nosotros.

Que Dios y La Santísima Virgen nos Bendiga.

Que así sea.

Padre Álvaro Huertas

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